
20 Sep La Solana Cantábrica – Primera parte
La solana es una balconada cerrada lateralmente con dos gruesos muros cortafuegos de piedra, apoyados en unas ménsulas que sobresalen del muro inferior. Su orientación debe ser la sur para que sea una “solana”; de ese modo recibe la totalidad de horas de sol de los días de invierno. Como los muros cortafuegos reciben la radiación solar por su cara interior durante muchas horas, acumulan mucho calor y se convierten en muros cálidos. También almacena calor la fachada de la vivienda que da a la balconada. Como no suele ser tan gruesa y pesada, almacena menos calor, pero de ningún modo es despreciable. Toda esa energía se va cediendo durante el día al espacio de la solana, manteniendo un ambiente cálido y seco.
Como todas estas construcciones utilizan mucho la madera para suelos y techos, y se calientan con fuego en hogares abiertos, el riesgo y la realidad del incendio están presentes. De ahí que esos muros de piedra se llamen cortafuegos, para evitar que se pueda transmitir de una vivienda a su colindante, dado que es una tipología que puede aparecer exenta, pero muy frecuentemente tiene medianerías con otros edificios. Lógicamente los muros también protegen ese pequeño espacio del viento, que será utilizado fundamentalmente para el secado y conservación de maíz y de otros productos hortícolas.
Cantabria, situada entre dos regiones ricas en tipologías variadas de hórreos, como son el País Vasco y Asturias, básicamente carece de ellos, porque no los necesita, utiliza sus solanas. Únicamente quedan hórreos en los valles de Las Ilces, Espinama, Pido, Polaciones, Herrerías y Cabuérniga, donde no hay presencia de solanas.
La solana es uno de los modelos más característicos de las construcciones populares cántabras, pero no es el único. Todos evolucionan de la casa de piedra que empezó a afianzarse en la región, sustituyendo a las de madera, hacia la Edad Media. En aquel momento era una construcción muy básica de forma rectangular y una única planta; era la llamada casa llana. Tenía cubierta a dos aguas, con la fachada al hastial, y un bajo cubierta que primero se utilizó como almacén para convertirse más tarde en una auténtica segunda planta; muy frecuentemente tenían también un soportal. La orientación del faldón cambió dando a la fachada principal, lo que permitió que el alero creciera protegiendo a una balconada en primera planta; es el origen de la solana. Bajo esa balconada, y protegido lateralmente por los mismos muros cortafuegos que confinan la solana, aprovechando que está apoyada en una ménsula y, por tanto, sobresale de la fachada, se forma el muy característico soportal o un simple porche, que ya se intuía en las construcciones más antiguas. De todas las casas con solana que tuve la ocasión de ver, el soportal es el elemento que más ha sufrido y el que menos se reconoce. Se supone que su progresiva desaparición fue consecuencia del empleo de tractores y otros ingenios mecánicos para realizar las tareas agrícolas, en lugar de los aperos tradicionales que se guardaban justamente allí.

Figura 2. Casa con una solana acristalada para usarse como espacio vividero, entre una balconada convertida en galería y otra en su estado original.

Figura 3. Casa con una solana muy profunda, ahora usada como terraza.

Figura 4. En esta casa con solana la vegetación ha colonizado todo el lateral; el aspecto es muy atractivo, aunque no funciona como en origen, no se calienta. No tiene soportal, solamente dispone de un pequeña zona cubierta por la solana

Figura 5. El color blanco de estos espacio altera enormemente el funcionamiento de la piedra, que necesita de su color natural para absorber la radiación solar.
Autor: F. Javier Neila Gonzalez
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